jueves, 28 de agosto de 2008

La Muerte


El amor se resiste a la separación porque somos seres para el encuentro.

La muerte se nos presenta como aquella realidad con la que todo ser humano se encontrará en algún momento; cualquiera, el menos pensado, a veces avisado, otras buscado (1).


“Ante la muerte todos somos iguales” tremendo poder democrático o, si prefieres, comunista.


“Cuando llegue la muerte me liberará de los dolores, de los males, de la pobreza, de la enfermedad,…” dirá algún amigo querido.


“Cuando llegue la muerte me liberará de este cuerpo, en el que sufro dolores, susceptible a enfermedades,…” dirá otro amigo querido.


Incluso otro diría que la muerte es como una coma en la oración. ¿Qué diría Mario Benedetti que escribió su último libro (Testigo de uno mismo) sin comas ni puntos?


Gabriel Marcel afirmó que “Amar a otro es decirle: tú no morirás... Si yo consintiese en tu aniquilamiento, traicionaría nuestro amor y de este modo es como si te abandonase a la muerte” (2)


¡No, la muerte no es una liberación!, como si el cuerpo fuera el mal del espíritu. Humanamente hablando, la muerte es un fracaso irremediable y, en el fondo, un escándalo, un absurdo.

Suprime implacablemente la única forma de existencia que nosotros conocemos. Aniquila la relación histórica que nosotros tenemos con el mundo y que nos parece la condición vital de nuestra emergencia como sujetos en relación con nosotros mismos, con los demás, con el universo y con Dios. Destruye, de raíz, nuestra existencia corpórea. (Gastaldi, 1983, 340)


La muerte una tragedia que interpela nuestra existencia llevándonos a la pregunta sobre el sentido de nuestra existencia. Aun si se muestra como fatalidad no lo es, como tampoco es una realidad invencible. No forma parte de la existencia humana pero aparece como el paso necesario.


Paso, sí. No punto final,



Y si todo amor promete “perennidad”, el amor de Dios, además de prometerla, debe otorgarla, porque puede hacerlo ya que siendo fuerza creadora y eterna es capaz de garantizar la perennidad de la existencia humana. Si no lo hiciera dejaría de ser Dios. Porque habría algo, la muerte, más fuerte que Él (3).


Esto escribió un periodista guatemalteco amenazado de muerte(4).

Será por eso que el amor se resiste a la muerte, será por eso, también que somos seres para el encuentro y mantenemos la esperanza de encontrarnos con quienes amamos, incluso después de la muerte. Bendita “hermana muerte” (como la llamaba san Francisco de Asís) que permites el reencuentro con las personas que amamos y que ya partieron a la casa del padre.






© Marco Antonio Bellott Pabón

2008

sábado, 24 de mayo de 2008

Intersubjetividad (parte III)

Gratis… ¿Gratis? ¡Gratis!

Suena a algo buscado pero difícil de entender cuando, más bien, hemos aceptado que “todo tiene precio”. Pareciera difícil de entender (en ese contexto) la complicidad gratuita de un amigo o amiga, ¡cómo no pedir algo a cambio! Pareciera difícil entender que las cosas y las relaciones pueden ser duraderas ¡Cómo no cambiarlas por aquello que está de moda! ¡Sería aburrido que durara mucho tiempo o para siempre!

¿Difícil de entender? Quizá sea preferible, tan solo, cambiar de posición, mirar desde un punto en el que no estábamos acostumbrados a mirar y, en esa mirada, observar desde el ser humano.

Lo cual es fácil, porque solemos hacerlo todo el tiempo y en distintos momentos, ya que teñimos de subjetividad todo cuanto tocamos.

De la misma manera que, con la indiferencia, reducimos la persona a una cosa que “está ahí” pero que no atrae nuestra atención (como la piedra en el camino, a menos que se meta en nuestro calzado), nos detenemos ante una piedra y le asignamos nombre, le hablamos con cariño, la llevamos a casa y protegemos de la intemperie, la convertimos en un monumento… dejamos nuestro afecto en ella… la teñimos de subjetividad.

Así mismo, a un instrumento, lo tratamos como si fuera una persona. Le damos personalidad a las cosas. Le colocamos nombre a nuestros objetos (casa, fotografías, espacios, …) nos despedimos de lugares que visitamos, nos entristece “dejar sola la casa”… teñimos, esos objetos, de subjetividad, les otorgamos personeidad (1).

Si miramos a las cosas u objetos como a personas, como a sujetos ¿Por qué no mirar a la persona como a un sujeto? Es cuestión de cambiar de lugar y mirar desde otra perspectiva.

¿Cuándo? ¿Cómo?

Martín Buber hablará del Yo - Tú y es que cuando descubrimos en el otro un Tú… las cosas cambian.

No todos son un Tú y no hay un Tú sino con un Yo.

Sólo se descubre al Tú en una relación personal, en el encuentro personal, en el encuentro entre sujetos que se reconocen como tales, únicos, distintos, inconfundibles, incomparables, completos, no acabados, sujetos de amor (2), no objetos de amor.

Siempre es una relación intersubjetiva (entre sujetos) sin condiciones, simplemente porque son un Yo –Tú, con nombre y apellido, con una historia que compartir, por el compromiso por la realización personal del otro. Por eso es gratuito: porque no busca nada del Tú, si buscara algo, algún tipo de satisfacción, sería una relación instrumental: alguien terminaría siendo objeto del otro.

“No me tienes que dar porque te quiera, / pues aunque lo que espero no esperara, / lo mismo que te quiero te quisiera” reza una oración de autor desconocido y alrededor del siglo XVI. Expresa con toda claridad esta relación entre sujetos, en este caso, entre el hombre y Dios; pero bien puede ser tratarse de dos personas humanas.

Para el ser humano no basta con decir que somos seres relacionales, que interactuamos. Si somos personas que inteactuamosm que vivimos nuestras existencias en relación. Pero realizamos esa existencia intersubjetivamente. Nos relacionamos, SI, pero como sujetos. Interactuamos, SI, pero como sujetos.

El hecho fundamental de nuestra existencia humana es que somos intersubjetivos.

No hay una sola dimensión de la persona humana que no necesite, para explicarse, de la intersubjetividad.

No podríamos entender la corporeidad espiritualizada del ser humano si no fuera por que es un ser intersubjetivo. ¿Cómo entender que somos únicos sino en la real posibilidad de relacionarnos como sujetos? ¿Qué sentido tendría hablar, siquiera, de la libertad humana o qué decir de la trascendencia y la capacidad del ser humano de hacer historia, si no fuera porque es un ser autodeterminante, histórico, trascendente en relación y en relación con otros sujetos… intersubjetivo?

El hombre visto desde el hombre, varón y mujer. La humanidad entendida en sentido humano, desde el hombre, no desde perspectivas de mercado o desde ideologías o cualquier tipo de absoluto que quiera imponérsele.

El ser humano no es un ser social, es más que un elemento estructural de la sociedad. El ser humano es un ser intersubjetivo, no se explica a partir de la sociedad. La sociedad se explica desde la realidad humana. Cualquier sociedad sin el hombre no es más que estructuras: un pueblo fantasma que, si no fuera por los seres humanos que vivieron allí, ni siquiera referencias históricas tendría.

Ni siquiera la sexualidad humana puede entenderse sin el hombre (varón y mujer)… pero… de esto… hablaremos más tarde.

Marco Antonio Bellott Pabón

© 24 de mayo de 2008

jueves, 24 de abril de 2008

Intersubjetividad (parte II)

SUJETO --- OBJETO

En este mundo de interacciones hay otra que también tiene cierta particularidad y supone una inteligencia: la instrumental, es decir, la capacidad de entender la relación de causa y efecto producida por una determinada interacción.

El sujeto, siempre, será aquel que vea, descubra, entienda (1) el uso que puede dar a un determinado objeto. Por lo mismo, el objeto será aquello que es utilizado para un determinado fin. Estamos ante una relación instrumental. El objeto es el instrumento.

El sujeto, en cambio, es quien entenderá las distintas relaciones de causa y efecto hasta el punto de cambiar la finalidad de determinados objetos, a fin de establecer una relación instrumental entre él y el objeto.

Por ejemplo, ¿Cuál es la finalidad de un árbol?

Seguramente en este momento estás pensando en un listado de cosas que te vienen a la mente: dar sombra, sostener el suelo para que no erosione… y tienes razón; pero si lo miramos en sí mismo, desde dentro y entendemos lo que sucede en él descubrimos lo prolijo de su finalidad, esencialmente ligada a la vida, la producción de oxígeno. Si… claro que también (dependiendo de la especie) dar fruto; pero fundamentalmente, los vegetales, captan los nutrientes del suelo y, como parte del proceso de fotosíntesis absorben dióxido de carbono, generando oxígeno, elemento esencial para la vida.

¿Qué hace el ser humano?

Instrumentaliza el árbol, es decir, lo usa, le cambia finalidad.

Puede tomar la madera del árbol y hacer obras de arte, construir viviendas, utensilios, puertas, sillas, mesas, juguetes; sostener puentes, reducirlo a palillos mondadientes… puede procesarlo y hacer papel y con él libros o, simplemente, utilizarlo como alimento para la hoguera.

Si. Cuando se cambia la finalidad de algo -de una cosa- se la instrumentaliza.

Cuando vemos o determinamos un fin, buscamos los medios necesarios para alcanzarlo. ¿No solemos escuchar por ahí que el fin justifica los medios?

Pues, cuando se trata de una relación entre un sujeto y objetos no tenemos ningún problema en entenderlo, aceptarlo y aplaudirlo. La tecnología se ha desarrollado gracias a esta inteligencia, es decir, gracias a la capacidad de comprender, relacionar y utilizar el conocimiento.

Solo que hay un pequeño detalle.

Solemos traspasar esta relación instrumental (entre sujeto y objeto) a las relaciones entre personas (que son, todas, sujetos). Sin querer, o queriendo, utilizamos a las personas “para”.

Incluso, a veces, llamamos (a esa relación) amor (o amistad).

¿Por qué estás con él (o ella)?

– Porque cuando estoy con él lo paso de maravillas, se me olvidan todas las penas.
– Porque me hace feliz.
– Porque me hace sentir segura.
– Porque cuando estoy a su lado voy de la tierra a la luna en segundos.
– Porque con ella estudio.
– Porque me pasan cosas con ella. …

En fin… ante una necesidad, utilizas a esa persona “para”.

Claro, cuando se ha colmado esa necesidad ya no la necesitas y la cambias por otra. Incluso oímos decir… “es que ya no te quiero” o, simplemente, “se acabó el amor”… En realidad sólo estabas utilizando a la otra persona. (del amor hablaremos más adelante)

Cuando se trata de objetos no hay problema, cuando se trata de animales, ponemos ciertos reparos… pero cuando se trata de personas... esa relación ya no es entre sujetos: redujiste "al otro" a nivel de cosa y eso es inadmisible ya que el ser humano es un sujeto (2).

Pero hay un tipo de relación que merece ser analizada: SUJETO – SUJETO…

© Marco Antonio Bellott P.
Abril, 2008


domingo, 13 de abril de 2008

Intersubjetividad (parte I)

Cada día estamos más acostumbrados a términos como interactivo, interacción, red, redes sociales, Net, Internet, Web, Web 2.0 y otros que se refieren a la posibilidad de establecer relaciones, ya sea en espacios virtuales, sociales o de persona a persona.

Si miramos a nuestro alrededor quizá no nos demos cuenta, a simple vista, que se producen interacciones constantemente: interactuamos con el aire que respiramos o que roza nuestra piel; pero no solo nosotros, también animales, plantas, construcciones, obras de arte, la piedra en un jardín, el aire y la humedad ambiental. Existe interacción con la radiación solar, con el tiempo (y la lista podría continuar casi indefinidamente) aun si nuestros sentidos no nos llaman la atención sobre ello, aun si no lo percibimos.

Evidentemente, hay que diferenciar entre interacciones. Por ejemplo, no se puede comparar la interacción producida por una silla de montar en la espalda de un caballo, con la misma silla colocada sobre una piedra o un cerco de madera. Una piedra lanzada hacia la frente de una persona y la misma piedra sobre el césped.

Claramente se dan acciones entre objetos, de unos con otros o sobre otro; pero las consecuencias (o si prefieres, reacciones) son muy diferentes. Me detendré a analizar un tipo de relaciones muy particulares y únicas. Relaciones que se dan sólo entre personas (ya sean humanas o espirituales).

OBJETO --- OBJETO

La piedra está sobre el césped, el aire, el calor del sol, la humedad, la noche, interactúan con la piedra, hay lugares donde las piedras se quiebran por el cambio de temperaturas entre el día y la noche, otros donde la humedad es tan alta que sobre ella crecen líquenes o musgo; el césped que está por debajo de la piedra se pone amarillento porque no puede generar clorofila. Las piedras en el camino están ahí, las personas que pasan a su lado quizá las pisan o desplazan hacia un costado del camino pero mientras no produzcan malestar al caminante lo más probable es que ni se dé cuenta de las piedras que pisa o patea.

¿Qué sucede cuando este tipo de relaciones se dan entre las personas, entre seres humanos?

Pues si, parece que la indiferencia marca este tipo de relaciones: la piedra no necesita darse cuenta del césped, ni el zapato de la piedra, ni la radiación del sol sobre el entorno. Pero cuando caminamos entre “gentes” totalmente desconocidas, por las avenidas, en coches de servicio público, en el metro… si por una de esas casualidades nos topamos con alguien, si tienes suerte te dice “disculpa” o si tu le pides disculpas quizá tengas suerte y encontrarás alguna amable respuesta o quizá un sonrisa; lo más probable es que la indiferencia marque ese espacio de tiempo, en esa instantánea relación.

Las relaciones entre seres humanos, marcadas por la indiferencia en las que no existe el otro, en las que cada uno es un número más añadido a la estadística o a los cálculos económicos; donde no importa quien sino cuanto es un tipo de relación que degrada al ser humano al nivel de objeto, de cosa: está ahí.

SUJETO --- OBJETO (...)

© Marco Antonio Bellott
abril, 2008

lunes, 24 de marzo de 2008

Mirando al otro

Podemos apreciar a diario que nada está hecho, el desarrollo parece incontenible, por cierto no exclusivamente de manera lineal y en ascenso pero en un continuo proceso evolutivo.

Si en el surgimiento de la vida nos detenemos en la aparición de la vida humana ¿Es posible precisar ese momento? ¿la manifestación del ser humano?

Pregunta muy interesante, especialmente si se toman en cuenta los restos arqueológicos. Por ejemplo, seguro escuchaste nombrar al “homo habilis” o al “homo erectus”. ¿Se puede decir, con ciertas seguridades que esos restos son de seres humanos?

¿Si hoy existen animales con una inteligencia práctica-instrumental muy desarrollada (utilizan objetos como instrumento o material para lograr alguna otro objetivo, por ejemplo alimentación o construcción de su hábitat) no será que los restos arqueológicos que muestran inteligencia práctica anterior al “homo sapiens sapiens” serán solo prehumanas, resultado de un instinto muy complejificado (utilizando un concepto de Theilard de Chardin)? Lo confirmaría el hecho de que no revelan progreso en 200.000 años.

El hombre de Neandertal, en cambio, ya tiene ritos mágicos y religiosidad (se le conocen unas 20 inhumaciones).

El amor se resiste a la ausencia del ser amado y para que eso suceda hay que darse cuenta (tener conciencia del otro y de sí mismo).

Esto es tan importante que sólo cuando tenemos conciencia del otro comenzamos a tener conciencia de nosotros mismos (paso necesario a la hominización). Dos ejemplos:

  • lo niños no comienzan a desarrollar una imagen de ellos mismos (auto imagen) sino hasta después que han desarrollado la imagen de su madre o su padre o sus hermanos y hermanas, esto es tan importante que la primera memoria en activarse es la olfativa, para guardar la memoria del olor de la madre-padre-familiares cercanos.
  • ¿Te fijaste que cuando a un adolescente (varón) le gusta una chica (o viceversa) es el momento en que comienza a “descentrarse”? Es decir a salir de sí mismo a salir del grupo de amigos, a tomar más conciencia de sí: se arregla, se perfuma, busca sentirse bien consigo mismo; ¿la causa? Ha descubierto a alguien del otro sexo que le llamó la atención, que lo sacó de su indiferencia.

Si. En la medida que descubrimos y valoramos la presencia del otro desarrollamos conciencia de nosotros mismos. Ese es el hecho fundamental de la existencia humana, no se puede explicar a la persona humana (corpórea, espiritual, trascendente, histórica, libre, única) sino desde la intersubjetividad.

¿Qué es eso?

domingo, 24 de febrero de 2008

Sobre la libertad

Hace muchos años un amigo preguntaba a su maestro porqué, para seguir a Cristo, había que renunciar a cosas, situaciones o personas a las que uno no quisiera renunciar (No hizo la pregunta tal cual la escribo ahora; pero ese era su sentido).

El maestro le respondió que no se trataba de renunciar sino de elegir.

Cuando tomamos decisiones optamos de entre varias posibilidades y es evidente que alguna de ellas no será favorecida. No se trata de renunciar, sino de elegir, aunque ello suponga algunas renuncias (como escoger sabores para un helado: preferiré algunos sabores, los otros se quedarán en el mostrador).

Uno de mis alumnos, en un curso de antropología, me decía que no era posible que el hombre fuera libre, que es una ilusión de los sentidos o que nos enseñaron a creer en ella, pero que, en realidad todo ya está escrito.

Es evidentemente que en nuestro lenguaje usamos frases como “todo está escrito”, “Lo que dios quiera”, “la historia se repite por ciclos”, “lo que pasó volverá a pasar”, “dios lo quiso así”… Pero también pasa algo curioso: se acostumbra leer el horóscopo o hacerse leer el Tarot, en otros lugares se lee el futuro en las vísceras de animales o en hojas de coca o en la borra del café… en fin… como que las personas buscan saber lo que pasará (lo que está escrito); pero al mismo tiempo, una vez que encuentran la información que buscaban, si no es de su agrado tratarán de cambiar “ese destino”.

Que curioso ¿no? Pareciera que asumimos un destino establecido pero al mismo tiempo (¿inconcientemente?) sabemos o intuimos que no es así, que podemos hacer algo para revertir eso que “parece” estar escrito.


Las leyes físico-químicas expresan la determinación [1] que existe en todo cuanto forma parte del mundo material (magnetismo, gravedad, feromonas, hormonas, homeostasis, energía, etcétera, etcétera) pero también existe otro tipo de programación: el instinto, que es un comportamiento preprogramado. Una programación que incluso aquellos animales que realizan aprendizajes, lo hacen en el contexto de los límites de su propia programación instintiva, es decir, no pueden aprender más de aquello que tienen programado poder aprender: su aprendizaje tiene límites.

Por ejemplo, los estudios hechos con Gorilas (está el famoso estudio de la gorila llamada Lucy) que aprendieron a comunicarse a través de señas demostraron que aun pudiendo aprender llega un momento en que no aprenden más; incluso se determinó que estaban en condiciones similares que un niño de dos años. Por su parte, ese niño seguirá desarrollando su capacidad de aprender, abrirá nuevos espacios de aprendizaje, relacionará conceptos y realidades y generará nuevos conocimientos, tecnología, sociedades… (la lista podría ser interminable.)

En el mundo animal los comportamientos se circunscriben a los propios límites instintivos. Como seres humanos somos parte de este mundo animal y aunque hay quienes hablan de instintos en el ser humano (por ejemplo instinto materno, instinto de supervivencia…) a lo más podemos referirnos a ellos como tendencias primarias fundamentales, quizá, me arriesgaría a decir que los únicos comportamientos instintivos que tenemos funcionan al momento del nacimiento y se agotan en él: son comportamientos programados para que el ser humano naciente pueda comenzar a vivir. Me refiero a comenzar a respirar, al funcionamiento de los músculos de la boca que permiten succionar para poder ser amamantado y otros similares en los que no interviene la conciencia ni el estímulo de las relaciones humanas.

En todos los demás comportamientos iremos aprendiendo a ser cada vez más autónomos; pero no como algo automático, sino condicionado al tipo de relaciones que se vayan estableciendo entre las personas a nuestro alrededor.

Si en el mundo animal el instinto de supervivencia es el más fuerte y a él están ligados los de defensa, reproducción, territorialidad, alimentación; en el ser humano ni siquiera éstos son determinantes. De hecho encontramos a personas que eligen no defenderse del agresor (y los motivos son diversos: éticos, políticos, valóricos o…). Sabemos de personas que deciden no comer (algunas por que quieren hacer dieta o por motivos religiosos, o porque son coherentes a sus principios político-sociales,…) y si hablamos de instinto maternal, solemos encontramos con noticias que señalan a madres que matan o maltratan a sus hijos.

Si hubiera, en el ser humano, comportamiento instintivo, no seríamos libres: no podríamos actuar de otra manera que no sea la programada en el instinto.

La verdad es que lo hacemos. Incluso decidimos actuar en contra de nosotros mismos.

Somos libres. La persona humana es libre. Pero no es libre absolutamente. La libertad humana es una libertad condicionada en sí mismo, por ser corpóreo (piensa en los límites de la corporeidad). No podemos hacer todo lo que quisiéramos, somos seres humanos.

Afirmaciones como “yo puedo hacer todo cuanto quiera” a veces solo puede generar frustraciones causadas por la ignorancia sobre nosotros mismos.

Somos tan limitados que animales e insectos tienen capacidades que nos superan con ventaja: mejores sentidos de supervivencia, más eficientes sistemas reproductivos, mejor adaptación a territorios, estructuras orgánicas que los hacen más capaces para trasladarse de un lugar a otro del planeta… en fin… como seres humanos somos bastante deficitarios.

¿Pero sabes que? El ser humano ha sido capaz de superar cada una de esas limitaciones naturales con su inteligencia y creatividad:
- ¿No puede volar? / Desarrolló tecnología capaz de permitirle volar.
- ¿No tiene visión nocturna tan perfecta como la de otros animales? / Desarrolló tecnología para detectar rayos infrarrojos o ultravioletas o para mirar a través de otros objetos.
- La lista podría ser casi interminable ¿no cierto?

La persona humana ha superado sus propias limitaciones generando mayores y mejores espacios de autonomía.

Pero recuerda: no es una libertad absoluta (irrestricta, ilimitada). La libertad humana está condicionada por factores socioculturales (creados por el mismo ser humano a partir de las mismas relaciones entre personas), normas de comportamiento, leyes, estructuras sociales,…; por factores físico-químicos (fuerza de gravedad, magnetismo, altura sobre el nivel del mar, hipovitaminosis, carencia de minerales, hormonas secretadas por las diferentes glándulas que nos componen,…); pero quizá aquello que puede llegar a autodeterminarnos son los factores psíquicos: somos nosotros mismos, la percepción que tenemos de nosotros mismos, la imagen que creamos de nosotros, aquello que valoramos, lo que al final de cuentas determinará nuestro comportamiento, nuestras elecciones.

Si. Somos libres, ejercer la libertad es nuestro derecho; pero no tenemos derecho a hacer todo lo que queremos, a hacer cuanto se nos ocurra de manera absoluta porque la libertad humana es una libertad condicionada. Por eso el derecho a ejercer la libertad estará condicionada (entre muchos condicionamientos, fundamentalmente) al derecho de los demás a ejercerla.


Un elemento esencial para entender la libertad humana es la conciencia, la capacidad de darnos cuenta de nosotros mismos. Esta conciencia sólo se despierta al descubrir al otro como sujeto, como persona. De ello hablaremos más adelante.


Marco Antonio Bellott Pabón
© 24 de febrero de 2008

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[1] Determinar hace referencia a fijar los términos de algo. Por lo tanto un comportamiento determinado es algo que se espera sea así: Si incorporo hidrógeno a oxígeno espero que dos moléculas de hidrógeno se unan a una de oxígeno y conformen agua… o que cristales de azúcar se disuelvan al contacto con un medio líquido y… así sucederá.

jueves, 31 de enero de 2008

Desde dentro...

Las vacaciones parecen ser el tiempo propicio para viajar, conocer nuevos lugares, ciudades, costumbres, personas… y si en alguna conversación alguien se refiere al lugar que visitaste, se hace fácil decir “yo lo conozco”, “yo estuve allí”.

También es usual que si alguien menciona a los habitantes de ese lugar digas que los conoces: “Si, conozco a los europeos… o conozco a los argentinos o… etc.…

En realidad lo que tenemos es una mirada de turista y dependiendo de si la experiencia fue agradable o no guardamos nuestras opiniones sobre ese lugar y las generalizamos a todo su territorio. Por ejemplo, visitas Mendoza y de dicha ciudad solo algunos lugares pero dices conozco a los argentinos; o visitas Madrid, Barcelona, Paris y Roma y dices que conoces Europa y a los europeos. Sí. Suele pasar.

Con certeza, la verdad sobre un país o una región es mayor que lo que un turista puede apreciar. Para conocer la realidad de un grupo de personas hay que vivir con ellas, compartir su situación vital desde dentro. El turista mira desde fuera… por encima… y rápido.

A menudo con las personas suele pasar lo mismo, las miramos y las conocemos desde fuera, desde su exterioridad, desde lo que vemos. Es un conocimiento válido; pero incompleto: No basta para decir que la conocemos.

Hasta puede ser una mirada equivocada: La sabiduría popular grafica muy bien este equivoco con aquel dicho “el ladrón piensa que todos son de su condición”.

¿Quienes somos por dentro? ¿Qué es lo que tenemos dentro? Dos preguntas similares pero muy distintas, cuanto tenemos puede ser observado con radiografías, resonancias magnéticas, endoscopías, colonoscopías, tomografías, densitometrías y otros métodos que con diferentes instrumentos nos acercan a cuanto tenemos debajo de la piel, dentro de la piel; pero eso no explica cabalmente quienes somos desde dentro (por dentro).

Frases como “los ojos son las ventanas del alma” o “de lo que abunda el corazón derrama la boca” no se refiere a los órganos que están dentro de uno, por debajo de la piel. Hacen referencia al ser de la persona… y si… hay una dimensión que da forma a cuanto la persona es, da forma a la exterioridad (al cuerpo), le da carácter único, es su interioridad.

No se trata de un componente (elemento que junto a otro forman al ser humano) sino de una dimensión fundamental que se constituye como principio del ser humano.

Si la corporeidad es principio de materialidad, de sujeción a las leyes físico-químicas, de inserción en las coordenadas de espacio y tiempo, expresión, manifestación del ser del hombre: exterioridad; la interioridad es principio de inmaterialidad, de independencia de lo físico-químico, del espacio y del tiempo.

Así, el ser humano, es el alma que se manifiesta corpóreamente. Dicho de otra manera es una realidad psicosomática [1].

Si somos seres trascendentes, únicos, es porque somos seres espirituales. Si podemos desarrollar autonomía o autodeterminación es porque somos seres inmateriales.

Pero claro, no somos seres espirituales de manera absoluta, de la misma manera que no somos seres corpóreos absolutamente. No se trata de fronteras o de espacios, todo cuanto hace el ser humano está teñido de materialidad y de espiritualidad. Por ejemplo, los ángeles son seres espirituales, totalmente inmateriales; una piedra es un ser absolutamente material, totalmente corpóreo.

No hay acción humana (piénsalo, búscalo) que sea totalmente material o totalmente espiritual.

Dos ejemplos:

  1. El cuerpo humano tiene un sistema de defensa altamente sofisticado y autónomo (no necesita que la persona piense en él para que funcione) que convive continuamente con bacterias, virus, hongos sin que afecten a la salud integral de la persona; sin embargo si esa persona pasa por momentos de tristeza [2] prolongados las defensas tienden a bajar y esos mismos microorganismos (con los que convivía) comienzan a generar enfermedades.
  2. Cuando pensamos (usamos ideas, conceptos que son inmateriales, es decir no tienen peso ni tiempo, no se ubican en un lugar) formamos imágenes mentales, es decir, damos forma a los conceptos, para poder pensarlos, para poder comprenderlos.

Además, solemos decir “yo pienso”, “yo camino”, “yo quiero”, “yo escucho” porque entendemos nuestras acciones como una única actividad humana.

El hombre no tiene una psique o un organismo… es psico-orgánico.

Las diversas manifestaciones psíquicas (ideas, tendencias, sentimientos, etc.) ¿son un conglomerado de fenómenos singulares e impersonales? o son ¿la expresión de un sujeto personal, permanente idéntico a sí mismo en la multiplicidad sucesiva de sus expresiones?[3] Es fácil constatar que nuestras vivencias (ideas, juicios, tendencias, sentimientos) trascienden las características espacio-temporales (propias de la materia) revelando su dimensión espiritual. También la existencia de la libertad, que saca al hombre del determinismo de las leyes físicas (a las que está sujeto todo lo material), nos habla de la dimensión espiritual del hombre.

El cuerpo, en este contexto,…

  • Es el alma que, para existir, se proyecta en el espacio-tiempo;
  • Es el alma que al informar la materia primera se corporaliza.

John Eccles, premio Nóbel de neurocirugía (el primero en estudiar el problema mente–cerebro [4] desde la neurología y la fisiología) argumenta, a partir de sus investigaciones, que los órganos sensoriales emiten miríadas de elementos puntuales que van al cerebro y allí se recomponen formando una unidad consciente. Por ejemplo, lo que sucede en la retina del ojo: “de un modo misterioso, la imagen retiniana reaparece en la percepción conciente, aunque en ninguna parte del cerebro se pueden encontrar neuronas que respondan específicamente, ni siquiera a una pequeña zona de la imagen retiniana de lo observado”[5] afirmando que ningún medio neurofisiológico tiene la capacidad de lograr esa unidad consciente y refleja; pasando, de la imagen punteada (recepción de datos) a la imagen integrada (percepción consciente) de un todo.

“Considero que se trata de un proceso activo muy complejo mediante el cual la mente autoconsciente trabaja sobre la inmensa cantidad de acciones nerviosas que se desarrollan en la corteza cerebral” (Eccles, 1980, 575.)

Cuando no consideramos esta realidad psico-somática del ser humano no nos entendemos ni entendemos al “otro”.

Querer comprender al otro desde lo que vemos no explica a la persona. ¡que injusto juzgar al otro!

Querer explicar el amor humano sólo desde los procesos químicos (hormonales) generados es desconocer e ignorar el amor ya que se lo reduce solo a lo observable, a lo medible, a la verificable. Lo que sucede también cuando reducimos el amor a sensaciones (lo físico) o a puro sentimiento.

Una educación sexual centrada en lo genital [6] reduce la sexualidad humana a un objeto (instrumento para un fin determinado) sin reconocer a la persona como ser sexuado.

El placer que solo busca saciar apetitos sensibles no sacia la conciencia de placer, de ahí que la continua búsqueda de placeres inmediatos (placebos) termina dejando a la persona más o igual de insatisfecha y ansiosa de mayores momentos u objetos placenteros.

Políticas de desarrollo humano que no consideran al espíritu humano son solo soluciones coyunturales que terminan desarrollando sólo modelos económicos o políticos que acaban ignorando a la persona humana.

Justificar el uso de cualquier medio para alcanzar determinados fines, cuando se refiere o involucra a personas, por lo mismo resulta ser inmoral.

Una de las mayores expresiones del alma, de esta dimensión espiritual (interioridad) del ser humano es la libertad. Pero sobre ella conversaremos la próxima vez.

Marco Antonio Bellott Pabón

© 22 de enero de 2008

[1] El término psicosomático se compone de dos términos griegos: psijé (alma) y soma (cuerpo)

[2] Es interesante que la tristeza, fundamentalmente emocional y afectiva, tenga, también, relación con la disminución, carencia o presencia de ciertos minerales en la dieta alimenticia; lo que habla, una vez más, de la íntima relación entre lo corpóreo y lo espiritual. Piénsese en los estimulantes o en los depresivos del sistema nervioso, por ejemplo.

[3] No decimos “se piensa, se quiere, se dan sentimientos en el mundo” como decir “llueve o graniza”. Decimos “yo pienso, yo quiero, yo cumplo 20 años, etc.”

El hombre no es una polvareda de fenómenos “en el aire”. Existe en el centro mismo de la persona un YO permanente que es fuente de las propias actividades y sujeto al cual se le atribuyen todo lo que realiza. (Cf. GASTALDI, 1983,33).

Él está siempre en el trasfondo de todas las vivencias.

[4] Mente, lo «inmaterial» y cerebro, la «materia». Estudió este problema tratando de diferenciar sus actividades, para demostrar su independencia o la no existencia de la mente. Llega a la conclusión que es imposible negar la existencia de este principio inmaterial, que algunos (como diría, aunque no textualmente) por “pudor científico” prefieren no llamar alma.

[5] K.R. POPPER, J.C. ECCLES (1980). The self and its Brain. Berlín; trad. Español: El yo y su cerebro. Barcelona, 1982.

[6] Es decir información sobre órganos, glándulas, hormonas, estimulación orgásmica.

domingo, 6 de enero de 2008

Tan iguales... tan distintos.

Hace unos años, los primeros resultados publicados sobre los estudios acerca del genoma humano llamaban mi atención. En especial una cifra, la que concluía que el 96,4% del mapa del genoma humano era idéntico en todos los seres humanos. Apenas un 3,6% hacía la diferencia y ¡que diferencias!

Quizá podríamos decir que es un porcentaje insignificante; pero piénsese, por ejemplo, en lo que sucede con los cromosomas: un solo cromosoma puede generar una especie distinta o el mismo cromosoma ubicado de diferente manera genera otra familia dentro de la misma especie que, entre el chimpancé y el ser humano, se trata de una diferencia más que significativa, ¿no?

Si. Una minoría que hace mucha diferencia.

Si pasamos a otro ámbito nos topamos con frases como “¡La mayoría manda!” o, conceptos como “Pueblo”, “clase”, “raza”, “economía”, “Capital”, “Estado”, “democracia”, entre otros, que (en el uso) terminan diluyendo la persona humana a un grupo.

La suma de los individuos no hace el grupo. Dos personas no hacen una pareja. Lo que sabemos muy bien ante la muerte de una persona amada.


Emmanuel Mounier afirmaba «Mi vecino es un francés, un burgués o un maniático, un socialista, un católico, etc. Pero no es un Bernardo Chartier: es Bernardo Chartier.»[1]

Cada ser humano es único, irrepetible, inconfundible. Incluso los clones naturales (los gemelos idénticos) son distintos entre si, aun teniendo el mismo ADN… aun bajo la apariencia de mirar al espejo.

También habremos escuchado que “ninguno es insustituible”, y es cierto, pero nadie puede hacer lo que yo de la misma manera que yo. Nadie. Incluso ninguna persona puede sentir lo que otra siente… Lo más que podemos hacer es empatizar con ella, es decir, imaginarnos como puede ser su sentimiento a partir de una experiencia propia en situaciones similares y hacer presente ese sentimiento. Por ejemplo, condolerse del amigo al que se le murió el papá, recordando cómo me sentí cuando murió el mío o pensando cómo me sentiría si fuera el mío.

La conciencia de esta unicidad es tan fuerte que incluso la proyectamos hacia objetos o animales que tenemos cerca y apreciamos. Por ejemplo, decimos, de un objeto, que es único para nosotros porque tiene un significado especial (aunque haya sido hecho en serie).

Aun cuando seguimos modas buscamos la manera de distinguirnos… En la adolescencia este es un sentimiento fuerte; aunque terminen mimetizándose con el grupo de pares, el adolescente quiere distinguirse, quiere buscar y subrayar su independencia, su autonomía.

Como seres humanos tenemos muchas cosas en común pero aún así somos distintos. El fundamento de nuestra unicidad está en la interioridad, dimensión esencial de la persona humana, como la corporeidad (exterioridad) o la trascendencia de las que ya conversamos en artículos anteriores.

Tenemos conciencia de YO. Atribuimos a nuestro “yo” nuestras acciones y decisiones, podemos asumir responsabilidad de las mismas, podemos ser autónomos gracias a nuestro propio yo. No solo sabemos… sino que nos damos cuenta que sabemos, que existimos, que somos...

Podemos autodeterminarnos. Vivimos desde nosotros mismos, no desde los estímulos exteriores a nosotros mismos, por eso cualquier condicionamiento puede ser superado, por muy fuerte que sea. El animal no puede hacer lo mismo por que está determinado a su programación instintiva: no puede actuar de otra manera. El ser humano siempre puede hacerlo.

Por ejemplo. En el mundo animal el instinto por la supervivencia es el más fuerte de los instintos animales, por eso se protege del depredador inmediato, busca alimento y se aparea… también en el ser humano está presente una especie de instinto primario de supervivencia… (y aun así no es un instinto) y vemos a seres humanos que dejan de comer (por dieta, o luchas por los derechos humanos,…) o incluso van desarrollando comportamientos suicidas (fumar, beber, conducir a velocidad irracional, y tantos otros que conocemos).

La libertad humana es la máxima expresión de esta dimensión (pero de ella conversaremos en otra oportunidad). Sí, somos interioridades abiertas a los demás. El hombre se conoce (a sí mismo) en la medida que entra en relación con los demás. Es un ser para el encuentro. La presencia del TU en el YO, hace que el Yo esté presente a sí mismo (autoconsciente).

Por eso es que sólo en la medida que te amo (es decir, cuando salimos de nosotros mismos y vamos al encuentro de otro) me entiendo y te conozco de verdad.

“Me conocerás el día que me ames” decía María Noël, poetiza francesa.



¿Qué podríamos decir de frases como “yo quiero por igual a todos mis hijos” o “nosotros en la evaluación somos objetivos: a todos medimos con el mismo instrumento”?

Las madres lo saben (También los padres, por cierto, pero las madres tienen una ventaja sobre los padres: 9 meses de relación íntima con sus hijos) no amamos a nuestros hijos o hijas por igual. Los conocemos y amamos en sus diferencias; con sus fortalezas y sus debilidades y a partir de nuestras propias fortalezas o debilidades y, por eso, es más probable que des más atención y/o afecto a quien sientes que necesita más atención o afecto.

Eso no quiere decir que ames menos a alguno de tus hijos o hijas, simplemente… los amas de una forma única.


¡Claro que uniformar (forma igual) resulta más fácil; pero lo único que muestra es el poco entendimiento del ser humano[2]. Cuando la educación es cuestión de metodología, más que de corazón, la misma evaluación es una medición respecto a diferentes parámetros; pero no es una evaluación ya que la esencia de la evaluación es la valoración y solo se puede valorar al ser humano desde su unicidad.

Incluso ciertas neurosis afectivas se inician al igualar…

Por ejemplo: una mala experiencia amorosa de la que se concluye que todos los hombres son… o todas las mujeres son… no se adecua a la realidad y podría llevarme a autoinhabilitarme para amar y ser amado, aumentando aun más la neurosis. Llegar a afirmar: “algunos hombre son…” o “algunas mujeres son…” o, mejor aún, “esta persona, con nombre y apellido fue así conmigo y ahora la perdono y la dejo en libertad…” es más realista y profundamente más sanadora de nuestras heridas afectivas.

¡Cuantos padres, madres o profesores se sienten defraudados por sus hijos, hijas o alumnos por que ellos mismos fueron la medida de las expectativas que tenían!

Nadie defrauda a otro. Somos nosotros quienes nos sentimos defraudados porque nos pusimos como medida para el otro… cuando… “el otro”… es único, inédito, no sumable, irrepetible, inconfundible, irremplazable.

Somos tan únicos que “yo puedo dar mi vida por otro; pero no puedo exigirte que des tu vida por mi” Como bien recordaba Martín Buber (1878-1965).



Marco Antonio Bellott P.

© 6-01-2008


[1] Mounier, E. (1957). El personalismo. Eudeba, Buenos Aires, p. 6.
[2] Recuerda la frase de María Noël.