sábado, 8 de diciembre de 2007

Buscando soles

Cuando era adolescente me encantaba leer un comic que aparecía en un periódico local, no recuerdo su nombre; pero trataba de un hombre de los primeros tiempos (puedes imaginarte a alguien parecido al “Tarzán de los monos”, así… semidesnudo, cubierto con un taparrabos) que vivía en un agradable lugar. Un día decidió dejar su suelo, su clan, para alcanzar el sol. No tengo presente el motivo que dio inicio a esa travesía pero comenzó a correr tras horizontes; siempre siguiéndole el rastro al sol. Conoció nuevos lugares, distintas culturas, corrió peligros, se enfrentó a creencias nuevas, aprendió diferentes formas de alimentarse, sobrevivir y comunicarse. Después de muchas travesías llegó al mar. Eso no lo detuvo, aunque realmente fue un problema.

¿El final? Ya no lo recuerdo; pero creo que encontró a alguien a quien amar…


La capacidad del ser humano de salir de si mismo, proyectarse y plantearse metas, buscar nuevos horizontes… mirar atrás y, sin dejar de lado el presente, plantearse escenarios posibles... La capacidad de plantearse desafíos y buscar caminos de solución, de aprender y, exponencialmente, utilizar conocimientos aprehendidos para desarrollar tecnología. Hablan de otra dimensión esencial de la persona humana (recordemos que la corporeidad es la otra dimensión analizada).

El ser humano quiere -busca- ir más allá de sus propias limitaciones.
Por cierto, la corporeidad es uno de los factores de las limitaciones humanas (no podemos evitar recordar que, en el cuerpo, estamos circunscritos a las coordenadas de espacio y tiempo: vivimos dentro de los límites del aquí y el ahora, en este tiempo y en este espacio. Aun así continuamente queremos trascenderlos). Estás allí, sentado en tu lugar de trabajo pero trasciendes el espacio y piensas en la persona amada, te diriges a ella o viajas al pasado, hurgas en tus recuerdos o miras hacia el futuro.

La misma sexualidad humana trasciende las sensaciones corporales, convirtiendo unos instantes de placer en explosiones orgásmicas. Haciendo del contacto físico un encuentro personal.

Esto (poder ir más allá de lo físico, de lo orgánico)… la naturaleza física no la da, en ella todo es regido por leyes físico-químicas o instintivas… No hay espacio para la trascendencia.

Un ejemplo. En la adolescencia, cuando despertamos a la explosión genital (recordemos que genital tiene que ver con origen de vida), no existe la claridad suficiente para diferenciar entre placer autoerótico y encuentro de pareja. Solamente y a medida que nos abrimos a la vida de otras personas y vamos aprendiendo, en un camino de enamoramientos, el significado del amor, vemos a la persona, ¡a la otra persona!, no como un objeto de placer sino como sujeto: alguien a quien amo, con nombre y apellido, con rostro e historia personal, con límites y aspiraciones.

Sí. ¡Somos tremendamente limitados!
El resto de animales nos supera en capacidades físicas: órganos sensoriales más precisos, casi perfectos. Estructura corporal específica que supera a la del ser humano, sistema reproductor eficiente… etcétera, etcétera, etcétera.

¡Pero superamos esas limitaciones!
El ser humano supera cada una de esas limitaciones con su inventiva (ha creado instrumentos tecnológicos que colaboran a mejorar su calidad de vida: sociedades, leyes, lentes, audífonos, medios de comunicación, vehículos terrestres, aéreos y acuáticos –la lista de creaciones humanas podría ser casi interminable-), con esa capacidad de mirar más allá: es un ser trascendente. No tiene trascendencia. Es un ser trascendente.

Los demás animales, incluso los que desarrollan algún tipo de aprendizaje o tienen algún tipo de vida social, están limitados por su programación instintiva, por su adaptación evolutiva dentro de una finalidad orgánica: son seres acabados –perfectos para esa vida, para ese contexto–, nacen y están listos para la vida. EL SER HUMANO NO. Nace prematuro, sin estar listo para la vida; su mismo cuerpo aun no ha terminado de formar huesos, el cráneo no se ha cerrado (por ejemplo), necesitará varios años para estar listo a la vida, precisará un entorno familiar que lo proteja, alimente, enseñe los instrumentos necesarios para vivir en sociedad y, aun así, nunca será un ser acabado, siempre seguirá construyéndose, definiéndose o, mejor, redefiniéndose.

¡Quién dijo que al nacer ya somos!

Vamos siendo. Desde el momento en que el óvulo es fecundado y en el momento de encontrarnos con la muerte. Vamos siendo.

Incluso, ante la muerte, sentimos la necesidad de trascenderla: de permanecer en el tiempo. Esta necesidad tuvo ciertas expresiones históricas: el hombre quiso proyectarse en el tiempo en los hijos, en la descendencia, pensando que en ellos viviría; quiso proyectarse en sus obras para permanecer en el recuerdo de “las gentes”. Ni la descendencia ni las obras sacian la sed de cruzar las limitaciones temporales del ser humano. Pero las trasciende.

Con la muerte la persona humana no se acaba (pero eso será tema de otra conversación).

¿Cómo es que puede trascender a los límites propios de la corporeidad, siendo que el cuerpo no es un accesorio sino una dimensión esencial?

Dejémoslo para la siguiente vez.

Marco Antonio Bellott P.
© 8-12-2007.

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