miércoles, 21 de octubre de 2009

Gratis


... para amarlo y servirlo.
 
Hace tiempo, durante una conversación con quien fue mi profesor de Antropología, don Ítalo Gastaldi, hablamos sobre el héroe rojo, personaje de Ernest Bloch.
¿Quien es, ese héroe?
Alguien, sin nombre, que dedica su vida a la construcción de una sociedad utópica, sin importarle las consecuencias y, al final, totalmente desgastado, muere. Lo más probable es que nunca vea los frutos de sus esfuerzos y, como no cree en Dios, no lo hace por una vida futura que premie sus luchas y sufrimientos, de hecho, está convencido de que con la muerte todo acaba.

¿Que mueve mis actos?
Hace tiempo leía un estudio sobre la infidelidad matrimonial y un dato significativo señalaba que (no recuerdo porcentajes) muchos varones terminan siendo fieles a su pareja no porque quieran ser fieles sino porque temen las consecuencias de sus actos.

¿Dios, el Dios de Jesucristo, está presente en nuestras decisiones?
¿Por miedo a las consecuencias que puedan tener nuestras acciones? ¿por miedo al castigo? ¿por miedo al infierno o al paraíso perdido?
Si fuera así, hasta este héroe rojo tendría más mérito.
La misma Encarnación de Dios sería un hecho totalmente absurdo si al final fuese más fuerte la pérdida del paraíso o el castigo de los actos realizados.
Si este amor de Dios, que asume toda mi realidad y redimiéndola desde dentro, no liberara al hombre... entonces seguro... que habría sido un esfuerzo inútil, una vida inútil, una pasión inútil, una muerte en cruz inútil... ¡hasta la resurrección inútil!

"Dios quiso reunir en él (...) a los seres celestiales como a los terrenales." (Ef 1, 10) En Él la misericordia ha vencido, en Él el amor ha mostrado ser invencible. ¿profano, sagrado? Todo es santo, porque Dios mismo asumió la realidad humana y la divinizó. Dios se hizo hombre, Jesús, el hombre, el Cristo, es Dios.

"No me mueve mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido.
Ni me mueve el infierno tan temido 
para dejar por ello de ofenderte.
Tú me mueves Señor,
múeveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera que
aunque no hubiera infierno te temiera
y aunque no hubiera cielo te amara.

No me tienes que dar porque te quiera
pues aunque lo que espero no esperare
lo mismo que te quiero te quisiera."

Amar y servir a Dios es el camino de realización. Un corazón agradecido, siempre hallará motivos para estar felizmente agradecido, encontrará la propia realización porque se habrá comprometido en la construcción de un mundo mejor, de una familia mejor, de un barrio mejor, de una sociedad mejor. Amar y servir a Dios me comprometerá totalmente con la construcción de mi propia persona que nunca se desarrolla sola: está comprometida con el desarrollo de las otras personas, objetos de nuestro amor.

Deseo, de todo corazón que lo que nos mueva (a mi y a ti) sea solo gratitud por tanto bien recibido (el amor de Dios que vino a mi encuentro).

martes, 13 de octubre de 2009

Sobre todo

Dios, el único absoluto.

Cuando era pequeño y estudiábamos el catecismo a partir de preguntas y respuestas, había una que decía "¿para qué te ha creado Dios?" a lo que aprendimos a responder "Para conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida." (Todavía recuerdo la pregunta y su respuesta)

A lo mejor en ese momento no comprendíamos su significado, sin embargo permanecía en nuestra memoria hasta encontrarle un sentido.

Hace unos años, en una de mis clases sobre axiología y comportamiento moral conversaba con mis alumnos acerca de aquellos valores que convertimos en absolutos. Evidentemente ahora no entraré en toda la reflexión pero nos hace mucho bien recordar que a medida que buscamos caminos para conocer mejor a Dios, para amarlo (lo que supone un acto de voluntad que se va haciendo vez por vez, día a día, y supone, por lo mismo, una decisión) y servirlo hallamos el camino de nuestra realización personal, porque nos encontramos ante Dios, sin límites, sin prejuicios, cara a cara, tal cual somos, Él nos conoce plenamente, no hay miedo a defraudarlo porque no tiene expectativas sobre nosotros, no espera nada a cambio de su amor, ni siquiera espera que cambiemos.

Por el contrario, cuando buscamos o construimos nuestros "absolutos" a partir de la realidad que nos rodea, simplemente elegimos una limitación.

Me explico:

El dinero (el poder, el trabajo, la democracia, la patria, el estado, el partido político, la ideología -cualquier bien posible e imaginable-) es una realidad valiosa, es un bien que nos permite adquirir bienes que ayudan a mejorar nuestra calidad de vida; sin embargo, cuando lo convertimos en un absoluto (lo colocamos por encima de todo) ya no importa ni la familia, ni los amigos, y cualquier otro interés queda subordinado a poseer más dinero. Incluso se termina por ser infeliz cuando no se logran las ganancias esperadas.

A veces, hasta nuestras ideas personales las convertimos en absolutos y no admitimos ningún tipo de discusión o contrapropuesta.

Cuando sacamos a Dios de nuestras vidas, es más que probable que terminemos construyendo absolutos a partir de cosas, ideas, o sentimientos y, por lo tanto, las endiosemos. Ya verás lo pronto que encontrarás unas víctimas que ofrecer a estos nuevos dioses.

¡Que bueno que en el camino de nuestra vida hay un llamado de atención que nos recuerda este peligro: "Amarás al Señor tu Dios, con toda tu alma, con toda tu mente y todo tu corazón..."!

Dios, el Dios de Jesucristo, este Dios que es una comunidad de amor nos abre a infinitas posibilidades de realización. No necesitamos pisar a nadie, no necesitamos utilizar a nadie, no necesitamos eliminar vidas para alcanzarlo, no necesitamos cerrar las puertas a ninguna persona porque cabemos todos, ni siquiera necesitamos esforzarnos por alcanzarlo porque ya hemos sido alcanzados, Él se encarnó, nos amó de manera incomparable, se puso a nuestro servicio, se hizo siervo.

Por eso conocerlo, amarlo y servirlo, más que un destino, se convierte en una invitación, en una tarea inclusiva y facilitadora de la realización humana.

"Vengan benditos de mi Padre" (Mt 25,34)