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viernes, 14 de marzo de 2014

¿Quien soy? (ii)

Yo y mis relaciones.

La respuesta a ¿quien soy? no está definida. La vamos definiendo en nuestra historia, a partir del tipo de relaciones que vamos construyendo y de cómo éstas impactan en nuestro ser. Nuestro ser humano personal.

Una vez escuché decir... "Sabe Padre, usted tiene que ver con mi vocación: si yo soy el cura que soy es; porque me dije, no quiero ser como él".

Yo no recuerdo que mis padres hayan desaprobado mis decisiones, no recuerdo un "no está bien", "no hagas esto"... no recuerdo que alguna vez me hubieran prohibido fumar o beber (de hecho, nunca les pedí permiso para hacerlo). ¿marcaron límites? Seguro que si... pero no recuerdo que desaprobaran mis acciones o las pusieran en duda.

Recuerdo que siempre fueron apoyadores.
Quizá en silencio lloraban mis metidas de pata, quizá mi madre estaba siempre al pendiente; pero ni me enteraba.

¿Mis amigos? Los amigos que he tenido, nunca me exigieron nada a cambio para ser su amigo, quizá porque yo mismo me sentía seguro de mí... no se... lo cierto es que nunca me exigieron nada... ni yo a ellos... De hecho, ahora que trato de recordar quizá siempre fui (no se si consciente o inconscientemente) diferente, de alguna manera un extranjero. Mi infancia la desarrollé en el extranjero y aunque nunca me sentí así seguro que más de una vez sucedieron cosas que me hacían dar cuenta de que lo era. Cuando volví a mi patria, también era un adolescente distinto entre adolescentes, hasta por el hecho de ni saber cómo vestir para ir al colegio. Si, un adolescente algo extranjero (de hecho extraño y extranjero tienen la misma raíz) y aun así no recuerdo que mis amigos me exigieran actuar de una u otra manera o exigir que me adapte a sus formas de ser y hacer.

Quizá por eso, cuando fui religioso salesiano, me sacaban ronchas frases que hacían alusión a que había que demostrar la vocación, (en realidad, nunca que preocupé de demostrarla... Yo, simplemente, era). Poner a prueba la fe (casi sonaba como poner a prueba el amor: ¿porque no me demuestras que me quieres? Creo que ambientes así van minando la imagen que uno tiene de sí mismo.

Aunque en la vida nos encontramos con personas que pareciera se deleitan con ser gratuitamente nuestros enemigos... aquellas que dejan huellas, por sus palabras o sus gestos, en nuestras vidas... son aquellas que, en el amor, significan más para uno. Quienes te aman gratuitamente. A las que no necesitas darles nada a cambio para que te quieran y por ello, simplemente, te aman.

Marco Antonio Bellott Pabón

Puedes leer también Quien soy

domingo, 2 de septiembre de 2012

¿Quien soy?

Lo que dicen de mi.

Se trata de una pregunta interesante y quizá (como para darle realce) sea "la pregunta del millón". Se trata de poder llegar a saber quien se es como para hacer una síntesis y expresarlo.
En el ser humano, ¿quien soy? no tiene una respuesta, ni una respuesta definitiva.

La primera parte de la respuesta tiene que ver con lo que los demás dicen de uno y tendrá mayor o menor importancia de acuerdo a la cercanía que tengan. Lo que hará que algunas opiniones sean solo hojas que el viento se lleva. en cambio otras pueden dejar huellas que terminarán "dando forma al modelito".

Si voy atrás (en las décadas) decían de mi que era un estudiante aplicado, seguro que un buen chico, el típico buen estudiante que obedece, hace sus tareas,saca buenas notas. ¿que dirían de mi mis amigos? No lo se, quizá nunca me interesó, quizá no interesaba, quizá lo más importante era jugar y pasarla bien... y listo... o quizá no estaba atento a lo que se dijera de mi en ese ámbito de relaciones.

Si retrocedo a mi adolescencia, tenía tan claro quien quería ser que aun con etapas de crisis adolescente la mayoría de mis decisiones y quehaceres y amigos se ordenaban de una u otra manera con aquello. en realidad... no estaba preocupado por lo que pensaran de mi. sabía que sabían que era buen estudiante, también buen amigo y parece (aunque nunca me preocupé de aquello) que también era popular. El año que llegúe a mi colegio de secundaria me eligieron presidente del curso (aunque duré en el cargo poquito, creo que menos de una semana... eligieron a todos los nuevos para la directiva :-)... y los dos últimos años del colegio, antes de la graduación, también me eligieron presidente del curso aunque esta vez tenía un equipo potente conmigo.

Si avanzo en el tiempo, las opiniones sobre mí (de lo que me iba enterando y, seguro de las iban teniendo algún efecto en mi) resulta que eran bien variadas: había una época en que pensaban que era gay porque siempre andaba con chicos, mis estudiantes. En aquella época estaba consagrado por entero a Dios y a los jóvenes... y entre los jóvenes con quienes trabajaba como educador no habían chicas, a veces y ocasionalmente como parte del centro juvenil y, en ese contexto decían de mi que salía con chicas.
saltando casi una década voy a recordar dos cosas que se dijeron de mi en distintos otros momentos. Una vez, en un colegio en el que trabajaba la totalidad de mis horas y mis días y en el que era el profesor de filosofía, también el de psicología y también el de religión... conseguí estar estresado por el volumen de trabajo y afectado por la relaciones afectivas con mis estudiantes y estudiantas, con quienes me sentían aun comprometido. En esa época, un día entró la directora a una de mis salas de clase, con un curso que era particularmente conflictivo y dijo a chicos y chicas que ella no estaba dispuesta perder un profesor como "Marquito"... dijo más cosas. Esos fueron años muy especiales, porque para los chicos y chicas yo era un amigo que compartía incluso sus fiestas y reuniones (ellos y ellas me invitaban) pero en la clase nunca dejé de ser el profe y así era. Podían jugar conmigo en los pasillos del colegio pero en la sala de clase bastaba con que diera "ahora comenzamos" para que todos nos pusiéramos a hacer lo que teníamos que hacer.

Recuerdo otra situación muy cerca del otro colegio donde después llegué a trabajar. Estaba caminando por la calle y, de pronto veo en uno de los balcones de la calle que unos chicos sacan a otro que estaba sin camiseta afuera la pieza, y lo dejan en el balcón. Lo que dijo este muchacho (que no era mi alumno) me hizo reír  golpeaba la ventaba y les decía a sus compañeros "¡habrán que está el padre del Colegio!"
A raíz de eso después descubrí que hasta algunos de los profes del colegio, mis colegas, pensaban que yo era jesuita (el colegio era de la Compañía de Jesús).

Hoy, ya me he enterado de varios imaginarios que se han ido construyendo de mi persona, algunos pensaron y compartieron que yo era colombiano. Algunos están convencidos de que soy un ser silente. Algunos quisieran que fuera diferente... Pero si hay una opinión que me importe mi corazón y mi mente va hacia los chicos de la catequesis de confirmación nunca dijeron algo parecido a ¿usted no es de acá, verdad? o ¿de donde es...? Para ellos soy el tío Marco Antonio.


Para quienes, incondicionalmente están más cerca a mi... soy el hijo amado, el hermano y el tío querido y extrañado, el esposo fregado pero querido, el papá que nos saca de quicio pero adorado.

Faltaría decir lo que mis suegros y cuñados dicen de mi... pero serían muchas flores y ya puede parecer un funeral :-)...

Marco Antonio Bellott

domingo, 6 de enero de 2008

Tan iguales... tan distintos.

Hace unos años, los primeros resultados publicados sobre los estudios acerca del genoma humano llamaban mi atención. En especial una cifra, la que concluía que el 96,4% del mapa del genoma humano era idéntico en todos los seres humanos. Apenas un 3,6% hacía la diferencia y ¡que diferencias!

Quizá podríamos decir que es un porcentaje insignificante; pero piénsese, por ejemplo, en lo que sucede con los cromosomas: un solo cromosoma puede generar una especie distinta o el mismo cromosoma ubicado de diferente manera genera otra familia dentro de la misma especie que, entre el chimpancé y el ser humano, se trata de una diferencia más que significativa, ¿no?

Si. Una minoría que hace mucha diferencia.

Si pasamos a otro ámbito nos topamos con frases como “¡La mayoría manda!” o, conceptos como “Pueblo”, “clase”, “raza”, “economía”, “Capital”, “Estado”, “democracia”, entre otros, que (en el uso) terminan diluyendo la persona humana a un grupo.

La suma de los individuos no hace el grupo. Dos personas no hacen una pareja. Lo que sabemos muy bien ante la muerte de una persona amada.


Emmanuel Mounier afirmaba «Mi vecino es un francés, un burgués o un maniático, un socialista, un católico, etc. Pero no es un Bernardo Chartier: es Bernardo Chartier.»[1]

Cada ser humano es único, irrepetible, inconfundible. Incluso los clones naturales (los gemelos idénticos) son distintos entre si, aun teniendo el mismo ADN… aun bajo la apariencia de mirar al espejo.

También habremos escuchado que “ninguno es insustituible”, y es cierto, pero nadie puede hacer lo que yo de la misma manera que yo. Nadie. Incluso ninguna persona puede sentir lo que otra siente… Lo más que podemos hacer es empatizar con ella, es decir, imaginarnos como puede ser su sentimiento a partir de una experiencia propia en situaciones similares y hacer presente ese sentimiento. Por ejemplo, condolerse del amigo al que se le murió el papá, recordando cómo me sentí cuando murió el mío o pensando cómo me sentiría si fuera el mío.

La conciencia de esta unicidad es tan fuerte que incluso la proyectamos hacia objetos o animales que tenemos cerca y apreciamos. Por ejemplo, decimos, de un objeto, que es único para nosotros porque tiene un significado especial (aunque haya sido hecho en serie).

Aun cuando seguimos modas buscamos la manera de distinguirnos… En la adolescencia este es un sentimiento fuerte; aunque terminen mimetizándose con el grupo de pares, el adolescente quiere distinguirse, quiere buscar y subrayar su independencia, su autonomía.

Como seres humanos tenemos muchas cosas en común pero aún así somos distintos. El fundamento de nuestra unicidad está en la interioridad, dimensión esencial de la persona humana, como la corporeidad (exterioridad) o la trascendencia de las que ya conversamos en artículos anteriores.

Tenemos conciencia de YO. Atribuimos a nuestro “yo” nuestras acciones y decisiones, podemos asumir responsabilidad de las mismas, podemos ser autónomos gracias a nuestro propio yo. No solo sabemos… sino que nos damos cuenta que sabemos, que existimos, que somos...

Podemos autodeterminarnos. Vivimos desde nosotros mismos, no desde los estímulos exteriores a nosotros mismos, por eso cualquier condicionamiento puede ser superado, por muy fuerte que sea. El animal no puede hacer lo mismo por que está determinado a su programación instintiva: no puede actuar de otra manera. El ser humano siempre puede hacerlo.

Por ejemplo. En el mundo animal el instinto por la supervivencia es el más fuerte de los instintos animales, por eso se protege del depredador inmediato, busca alimento y se aparea… también en el ser humano está presente una especie de instinto primario de supervivencia… (y aun así no es un instinto) y vemos a seres humanos que dejan de comer (por dieta, o luchas por los derechos humanos,…) o incluso van desarrollando comportamientos suicidas (fumar, beber, conducir a velocidad irracional, y tantos otros que conocemos).

La libertad humana es la máxima expresión de esta dimensión (pero de ella conversaremos en otra oportunidad). Sí, somos interioridades abiertas a los demás. El hombre se conoce (a sí mismo) en la medida que entra en relación con los demás. Es un ser para el encuentro. La presencia del TU en el YO, hace que el Yo esté presente a sí mismo (autoconsciente).

Por eso es que sólo en la medida que te amo (es decir, cuando salimos de nosotros mismos y vamos al encuentro de otro) me entiendo y te conozco de verdad.

“Me conocerás el día que me ames” decía María Noël, poetiza francesa.



¿Qué podríamos decir de frases como “yo quiero por igual a todos mis hijos” o “nosotros en la evaluación somos objetivos: a todos medimos con el mismo instrumento”?

Las madres lo saben (También los padres, por cierto, pero las madres tienen una ventaja sobre los padres: 9 meses de relación íntima con sus hijos) no amamos a nuestros hijos o hijas por igual. Los conocemos y amamos en sus diferencias; con sus fortalezas y sus debilidades y a partir de nuestras propias fortalezas o debilidades y, por eso, es más probable que des más atención y/o afecto a quien sientes que necesita más atención o afecto.

Eso no quiere decir que ames menos a alguno de tus hijos o hijas, simplemente… los amas de una forma única.


¡Claro que uniformar (forma igual) resulta más fácil; pero lo único que muestra es el poco entendimiento del ser humano[2]. Cuando la educación es cuestión de metodología, más que de corazón, la misma evaluación es una medición respecto a diferentes parámetros; pero no es una evaluación ya que la esencia de la evaluación es la valoración y solo se puede valorar al ser humano desde su unicidad.

Incluso ciertas neurosis afectivas se inician al igualar…

Por ejemplo: una mala experiencia amorosa de la que se concluye que todos los hombres son… o todas las mujeres son… no se adecua a la realidad y podría llevarme a autoinhabilitarme para amar y ser amado, aumentando aun más la neurosis. Llegar a afirmar: “algunos hombre son…” o “algunas mujeres son…” o, mejor aún, “esta persona, con nombre y apellido fue así conmigo y ahora la perdono y la dejo en libertad…” es más realista y profundamente más sanadora de nuestras heridas afectivas.

¡Cuantos padres, madres o profesores se sienten defraudados por sus hijos, hijas o alumnos por que ellos mismos fueron la medida de las expectativas que tenían!

Nadie defrauda a otro. Somos nosotros quienes nos sentimos defraudados porque nos pusimos como medida para el otro… cuando… “el otro”… es único, inédito, no sumable, irrepetible, inconfundible, irremplazable.

Somos tan únicos que “yo puedo dar mi vida por otro; pero no puedo exigirte que des tu vida por mi” Como bien recordaba Martín Buber (1878-1965).



Marco Antonio Bellott P.

© 6-01-2008


[1] Mounier, E. (1957). El personalismo. Eudeba, Buenos Aires, p. 6.
[2] Recuerda la frase de María Noël.