miércoles, 24 de enero de 2018

¿Sagrado?

Respetos incondicionales

No tengo certeza acerca de cuando comencé a tener conciencia de lo sagrado en mi vida; quizá después de los nueve años. Lo que si tengo un poco más claro es que no tuvo que ver con una cierta conciencia de Dios. De hecho, creo que no tenía problema alguno para mencionar o referirme a Dios y no por eso experimentar lo sagrado.
No intentaré exponer una definición de sagrado o de su opuesto, lo profano, sino unos aprendizajes después de estos más de cuarenta años en los que me he relacionado de diferentes maneras con lo sagrado o desde lo sagrado.
Parece que estamos acostumbrados a guardar respeto (en nuestras formas de comportarnos) frente a lo sagrado, desarrollamos una manera de hablar, movernos, caminar e interactuar con otros que suele ser diferente al comportamiento fuera de ese espacio sagrado una ritualidad de comportamientos que terminan siendo más o menos intocables. Recuerdo que hace años, adentrándome en la cosmovisión aymara (no recuerdo con precisión si era leyendo a Hans van den Berg o Domingo Llanque) aprendía acerca de una ritualidad expresada en la forma de saludar, ir de visita o ser recibido en casa de un aymara del altiplano cercano al lago Titicaca.
Cuando aun era un niño aprendí que si daba mi palabra a otra persona "por mi honor scout" no necesitaba dar otra prueba de que así sería. Eso ya era suficiente garantía.
He ido aprendiendo que hay ámbitos que son sagrados... digamos... intocables, indiscutibles, incondicionales que debieran poder ser respetados por todos, pero también aprendí que si bien el valor de la palabra empeñada es valiosa en sí misma, aun así, aprendemos a que puede no ser cumplida utilizando mecanismos para liberarnos de ese compromiso; por ejemplo, cruzar los dedos, inventar una excusa, mirar a otro lado...
Parece que es más fácil distinguir ámbitos de lo sagrado en el contexto de experiencias religiosas y, desde allí, referirnos a lo profano como aquello que es diferente de lo sagrado terminando por circunscribir lo sagrado a palabras, objetos, territorios o edificaciones destinadas a algún tipo de culto.
Ya en este punto parece inevitable pensar, entonces, que hay palabras y comportamientos que deben ser los correctos (o incorrectos), buenos (o malos), adecuados o necesarios a un ambiente sagrado.
Un niño/a no sabe de estas cosas... se mueve y juega con espontaneidad no sabe de sagrados y, quizá solo imita lo que los demás están haciendo.

Pareciera que lo sagrado va siendo el resultado del modo en que nos relacionamos más que la consecuencia de una realidad...

¿Existe lo sagrado?

Si miro desde el testimonio de fe de los primeros discípulos de Jesús, ese judio de Nazareth; descubro la fe en la ENCARNACIÓN: El Dios que no es ajeno a la historia del hombre se hace carne humana desde el óvulo fecundado de una mujer, crece y aprende a ser humano en un pueblo, el Judío, en un momento histórico específico: el Imperio Romano de Cesar Augusto mediado por tiranías político religiosas como la de Herodes y los sumos sacerdotes del Templo.

Este hombre, Jesús de Nazareth, que ha ido haciéndose humano en el día a día como cualquiera de nosotros, este Dios que ha asumido la realidad humana hasta las últimas consecuencias rompe con cualquiera de las creencias sobre sagrado y profano. Sacraliza lo profano (hace divino al ser humano) y profano lo divino (humaniza a dios). Ya no será necesaria una casta sacerdotal mediadora. Dios es Padre, el hombre es hijo de dios y... todos somos hermanos que no podemos desentendernos de nuestro futuro.