martes, 25 de septiembre de 2007

¡Viva el hombre!, ¡Muerte al hombre!

Cuando el grito por defender los derechos humanos se convierte en la condena a muerte del sujeto de esos derechos.


¡Cuantas proclamas! ¡Cuantas marchas y manifestaciones! ¡Cuantas personas realmente comprometidas y cuantas ignorantes de su propia realidad! Tienen en común, exigir el reconocimiento de los derechos del ser humano.

El ser humano es portador de derechos aun si ellos no hubiesen sido legalizados por los países o por convenciones, como La Declaración Universal de los Derechos Humanos. Estos derechos brotan de la realidad esencial de la misma persona humana y, aunque parezca por demás decirlo, de la persona humana viva: exigimos ciertos derechos para las personas que han fallecido porque reconocemos su historicidad y trascendencia. Por ejemplo el respeto de la memoria de un ser querido, un entierro digno, el respeto a su voluntad póstuma, etc.

Solo que ahora se impuso la moda de exigir, como derecho, el tomar la vida del otro, especialmente cuando no haya nadie que pueda reclamar su vida, porque nadie o pocos sabían de su existencia o porque no existe el peligro de que vayan a enterarse de su muerte. Y no estoy hablando de ciertas prácticas andinas en las que se entierran seres humanos junto a los cimientos de construcciones, como tributo a la “pacha mama” o al “tío”.

- ¡Muerte al que atenta contra nuestras costumbres! ¡Queremos que se reconozca nuestro derecho a eliminarlo!

- ¡Muerte a quien nos roba la tranquilidad del sueño! ¡Queremos que se reconozca nuestro derecho a eliminarlo!

- ¡Muerte al que se mete en nuestras vidas, aunque necesite de nuestro apoyo y sustento! ¡Queremos que se reconozca nuestro derecho a eliminarlo!

- ¡Muerte a quien frustra nuestras posibilidades de viajes, mejores ingresos, diversión ilimitada! ¡Queremos que se reconozca nuestro derecho a eliminarlo!

¿Exigirías, como derecho, el poder matar a un bebé de meses de nacido o, incluso, recién nacido o a tu hijo adolescente?

Parece aberrante, ¿no?; pero sí. Un niño, un bebé, un adolescente, rompen nuestras costumbres, cambian intempestivamente lo que solemos hacer, provocan crisis en nuestras vidas; pero los amamos, no los matamos.

Casi siempre los recién nacidos cambian nuestras costumbres nocturnas: llantos, preparar el biberón, cambiar los pañales. Pero a lo largo de la vida pasan cosas similares, por ejemplo haciendo hora para recoger al hijo o hija adolescente de su fiesta, la vela nocturna esperando que regresen a casa los seres queridos; pero no por eso los matamos. Los amamos.

El amor que llega a nuestras vidas, un hijo en el vientre de su madre, un recién nacido en brazos de sus padres, el abuelo o los padres ancianos y desvalidos irrumpen en nuestras vidas, necesitan de nuestro apoyo e incluso sustento; pero no los abandonamos, ni matamos como solución al problema. Los amamos.

¡Cuantos planes y deseos de disfrute!, de por si totalmente justos, ¿cuanto miedo a construir un proyecto de vida juntos o a conformar una comunidad conyugal?, ¡cuantos nacimientos pospuestos porque… “tenemos planes” o “tenemos derecho a una vida” pero aun así no mataríamos a un hijo para poder irnos de paseo o para poder lograr un ascenso laboral o para, simplemente, divertirnos.

Un óvulo fecundado es el inicio del proceso de desarrollo de una vida humana, que no acaba al nacer o cuando se termina la primaria o la secundaria o la universidad, ni siquiera acaba al momento de la muerte. La vida del ser humano es un proceso de continua construcción, un proceso en el que vamos aprendiendo y asumiendo el ser personas humanas.

Evitas que el óvulo fecundado se desarrolle y no interrumpes el embarazo, matas al ser humano con todas y cada una de las posibilidades de realización que tiene por delante.

El amor no mata. El amor se entrega sin exigir la donación de la vida del otro.

Puedo dar mi vida por ti; pero no puedes exigir que dé mi vida por ti. (Martín Buber)

Si. No tenemos derecho a matar al otro, aunque eso solucione nuestros problemas.
Por eso el artículo 3º de la Declaración de los Derechos Humanos proclama que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”, lo que, implícitamente supone el reconocimiento de la obligación de proteger el origen de la vida y su desarrollo.

Sí. El aborto no es un derecho; aunque algunas legislaciones lo hayan reconocido como tal al legalizarlo.


© Marco Antonio Bellott Pabón /septiembre, 2007

sábado, 15 de septiembre de 2007

Bienvenida



Me quiero dar la bienvenida a este espacio, para expresar lo que pienso y siento acerca de cosas que se dicen o hacen y que permanecen anónimas, en el corazón de muchas personas que caminan la jornada con el desánimo de la fatalidad del tiempo o del castigo merecido o con la furia de venganzas silenciosas y anónimas usualmente llamadas clamor de justicia o, simplemente, lucha por los derechos del hombre; proponiendo, al mismo tiempo, su eliminación como una rápida y práctica solución a los problemas del mismo o en pos de conceptos (como sociedad, producción, ganancia de capital, desarrollo, etc., etc.) convertidos en sujeto del mismo sujeto (si... incoherencia... de corazón y de razón)
Lo haré desde la perspectiva de un educador que confía en los jóvenes y que ahora quiere empeñarse en las familias... porque el mañana merece ser mejor que el presente.
Con todo corazón