viernes, 29 de mayo de 2009

No sirve de nada

¿Sirve de algo creer en Dios? Preguntó un estudiante.
Y, un amigo cura, respondió, “no sirve de nada”.

Se hizo un silencio en toda la sala.

Abrigarse es útil cuando hace frió.
Tener algo para comer cuando tenemos hambre es útil.
Hasta los amigos son útiles cuando nos sentimos solos, cuando necesitamos un apoyo, cuando necesitamos un hombro para llorar, una mano para caminar o una mirada que mirar.

No necesito creer en el aire para respirarlo, aunque sea necesario para la vida y, sin embargo, todo el tiempo respiramos, una y otra vez, cada momento de nuestros días y noches.
Y… de vez en cuando… inhalamos una bocanada de aire fresco, de una forma especial, profundamente, detenemos nuestra respiración, llenamos nuestros pulmones hasta el fondo, sentimos el aire… hasta… lo saboreamos. 
Nos damos cuenta del aire, por unos instantes. Lo gozamos… y luego seguimos respirando como si el aire no existiese.

Creer en Dios no es igual a afirmar una y otra vez ¡CREO!, ¡CREO!, ¡YO SI CREO EN DIOS! (no se trata de autoconvencerse)

Creer en Dios es un acto de voluntad, pero al mismo tiempo un don: el don de poder darnos cuenta de su presencia, como esas bocanadas de aire respirado. Pero también el querer fiarme, abandonarme (como uno se abandona en la persona amada) en la confianza que Dios me ama, en una relación íntima y personal (que no es lo mismo que individual) me fío de que me ama con amor de Padre, me fío que se preocupa por mi, me fío de que se conmueve con mi dolor y sufrimiento, me fío tanto que no necesito largas pláticas para que se dé cuenta de mis necesidades, porque me fío de que está más cercano a mí que mi misma conciencia. Porque lo vi en Jesús, que nos muestra al Padre.