jueves, 3 de octubre de 2013


Tristeza y melancolía

En la tradición de los ejercicio espirituales ignacianos se previene que una de las armas utilizadas por el demonio consiste en hacer que la persona se vaya alejando de los otros: miedo, vergüenza, tristeza, melancolía, una especie de tobogán hacia el desánimo y la depresión, cada vez más ensimismado en los propios pensamientos o en los propios sentimientos.
Investigaciones dan cuenta que mujeres que enviudan logran vivir más tiempo que los varones en situaciones similares porque desarrollan más fácilmente vínculos y redes con otras personas después de la muerte de su ser querido.
Cuando salimos de nosotros mismos y nos encontramos con otras personas estimulamos funciones en nuestro cerebro. Muchas veces nuevas neuronas son estimuladas potenciando el desarrollo de la flexibilidad neuronal... conversaciones, solución de necesidades, ponerse al servicio de otros, compartir tiempo y juegos.
En este sentido también llama la atención que asesinos en serie demuestren no haber desarrollado habilidades de empatía, por lo menos, con sus víctimas. (A propósito, la empatía facilita ponernos en lugar del otro, valorarlo, comprenderlo, entablar algún tipo de relación).
San Juan Bosco, educador piamontés, solía decir “tristeza e malinconia, fuora della casa mia” (fuera de mi casa la tristeza y la melancolía) y santo Domingo Savio, un joven que falleció antes de cumplir los quince años, solía decir “nosotros hacemos consistir la santidad en estar alegres”. ¿no es verdad que se hace difícil resistirse a compartir el tiempo con alguien que es alegre y contagia alegría? ¿como no encontrar motivos para la alegría cuando lo que hemos recibido es tan inabarcablemente maravilloso?

“(...) tú has puesto en mi corazón más alegría
que cuando abundan el trigo y el vino.
Me acuesto en paz y en seguida me duermo,
porque sólo tú, Señor, aseguras mi descanso.” (Sal 4, 8)

La confianza del hijo que se acuesta sabiendo que su madre o su padre están velando por ellos sin importar si son los mejores o peores hijos del mundo, sólo son sus hijos, hijas amadas.

“¡Tu amor será mi gozo y mi alegría!
Cuando tú viste mi aflicción
y supiste que mi vida peligraba,
no me entregaste al poder del enemigo,
me pusiste en un lugar espacioso.” (Sal 31, 8)

El amor, presencia-cercanía-misericordia gratuita de Dios no sólo es un don (gracia) sino que se convierte en una tarea: ¿¡cómo no compartir tanta fuente de alegría!? por eso nos toca a ti y a mi ser esa mirada compasiva, esa mano tendida para sujetar al hermano que va cayendo, esa palabra dulce y firme para ayudar a crecer al hermano que puede perderse en el camino, ese corazón cercano que no juzga sino que se pone al lado del hermano para hacer con él su camino, aun cuando no sea el mejor del mundo y así, poder ir haciendo realidad el grito del salmo: “Anúnciame el gozo y la alegría: / que se alegren los huesos quebrantados.” (Sal 51, 10), haciéndonos, de esta manera como un sacramento: signos y portadores del amor de Dios a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

“El que practica misericordia, que lo haga con alegría.” (Rm 12, 8)

Marco Antonio Bellott Pabón

jueves, 9 de mayo de 2013


Todopoderoso


Los medios de comunicación se han ido convirtiendo en las ventanas por donde miramos la realidad y, aun cuando estas ventanas se han multiplicado y potenciado gracias a la internet y las posibilidades de estar conectados, pareciera que solemos buscar el mismo estilo de información... seguimos tendencias... pareciera que estamos más abiertos al mundo y a la diversidad y, sin embargo estamos más ensimismados.

En una visión económica del hombre y de la historia nos acostumbramos a calcular nuestras decisiones en función del beneficio, una relación de costo-beneficio de tal manera que podemos llegar a aceptar ciertos niveles de agresión y violencia siempre y cuando reporten algún tipo de beneficio, como sentirse aceptado. Por ejemplo está el caso de los jóvenes que aceptan ser maltratados en los mechoneos con tal de ser parte de “un grupo”, incluso he oído que algunos ya le llaman la “prueba”, al estilo de las pruebas tribales que se realizan como requisito para ser reconocido como un hombre o una mujer dentro de la tribu. Esto se repite en las familias, en las escuelas, en las sociedades pudiendo llegar a acostumbrarnos a que otro ejerza poder sobre nosotros... lo cierto es que tarde o temprano encontraremos alguien más débil sobre quien ejercer, también, poder para equilibrar de alguna manera la balanza a nuestro favor.

“Hay que imponerse” dirán algunos, de otros habrás oído algo parecido a “¡ya verá que aquí mando yo!” y en algunos ambientes aun cuando no se hagan evidentes frases como esas, si se observa una pugna por imponer ideas, visiones, seguridades.

La resurrección del Cristo muestra la victoria de la impotencia, del Dios impotente -como lo llamará Bonhoeffer- del Dios que salva, no haciendo alarde de su poder sino, muriendo en cruz, necedad para los sabios (como dirá san Pablo). Por lo mismo, la resurrección no es una manifestación masiva al estilo de los medios de comunicación, sino un proceso de encuentro y reencuentro con los discípulos, un camino de descubrimiento de su Señor-amigo-maestro, un reencuentro que supone, para el discípulo, hacer un camino y descubrir a Jesús en los signos fundamentales de su presencia, tal cual nos lo cuentan cada uno de los relatos de la resurrección.

En la historia podremos seguir viendo que cada vez que alguien quiera imponer algo a otro, seguro que buscará hacer algún tipo de sacrificio a su IDOLO.

El Dios de Jesús no se impone... se acerca a la orilla enciende la fogata para calentar a los discípulos y darles algo de comer o entra  a la sala y pregunta si tienen algo de comer.

Ojalá tú y yo nos podamos reencontrar con este Cristo resucitado, ojala lo descubramos en su Palabra o en los hermanos o en la eucaristía. Seguro que ese encuentro no quedará infecundo.

Marco Antonio Bellott

martes, 29 de enero de 2013

¡Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas!


Entre decirlo y hacerlo

Hace tiempo, en una revista especializada en catequesis de la editorial salesiana de Madrid, aparecía una muy bonita imagen para trabajar con la técnica del fotolenguaje, en ella estaba un muchacho, casi gritando de entusiasmo, con su mochila a cuestas y caminando detrás de Jesús ¡maestro, te seguiré a donde quiera que vayas! y, en segundo plano, se veía a Jesús caminando hacia una montaña empinada. El dibujo estaba muy bien logrado.
En el evangelio de Mateo encontramos la misma exclamación pero esta vez Jesús responde al escriba que dice que lo seguirá «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».(Mt 8; 19-20)

Pareciera que si uno quiere seguir a Jesús y al mismo tiempo tener seguridades no está ni vislumbrando el camino a seguir. Nosotros tenemos una ventaja respecto a los primeros discípulos: sabemos que el camino que siguió Jesús le llevó a la cruz. Por cierto no terminó allí, pues la resurrección fue el resultado-principio-promesa.
Pero, ¿cómo saber si el camino que recorremos lo hacemos siguiendo las huellas del Maestro?, más aún, cuando cada día nos enfrentamos al silencio de Dios, a la impotencia de Dios, cuando parece estar ausente del mundo, de mis decisiones y de las decisiones de quienes construyen esta civilización.

Seguir a Jesús no está exento de dificultades, es más, como diría san Ignacio de Loyola, si no hubieran dificultades habría que preguntarse si estamos siguiéndole (no lo decía exactamente así, por cierto).

En nuestro país, las estadísticas indican que aun los cristianos (católicos, evangélicos y “a su manera”) son un porcentaje significativo de la población y aquello ¿asegura que los valores que la animan sean los valores del MAESTRO?

La manera en que los primeros discípulos de Jesús podían saberlo (aun cuando no siempre lo entendían) era estando atentos a sus palabras y a sus acciones. Sí, en el camino de Jesús no había donde reclinar la cabeza, aunque, de seguro no faltó donde hacerlo; pero (y lo sabemos con seguridad) tuvieron muchos momentos de diálogo con Jesús; a veces individuales y otras tantas, en grupo, en comunidad y, en comunidad, también fueron testigos de las acciones de Jesús. Sin embargo, tuvo que llegar a ellos el Espíritu Santo,para que la mayoría de las enseñanzas de Jesús les hicieron sentido.

Seguir a Jesús no está exento de dificultades y no proporciona seguridades pero se vive en comunidad (haciendo comunión), se vive de cara a Él y se vive, en el silencio, escuchando las mociones del Espíritu Santo.

Que este tiempo de vacaciones sea, para ti y para mi un tiempo de contemplación y recordando a la estrella de Belén no nos quedemos deslumbrados con su belleza sino que entremos al pesebre a adorar a ese niño que... de Dios... pocas apariencias tiene.
Marco Antonio Bellott Pabón