jueves, 31 de enero de 2008

Desde dentro...

Las vacaciones parecen ser el tiempo propicio para viajar, conocer nuevos lugares, ciudades, costumbres, personas… y si en alguna conversación alguien se refiere al lugar que visitaste, se hace fácil decir “yo lo conozco”, “yo estuve allí”.

También es usual que si alguien menciona a los habitantes de ese lugar digas que los conoces: “Si, conozco a los europeos… o conozco a los argentinos o… etc.…

En realidad lo que tenemos es una mirada de turista y dependiendo de si la experiencia fue agradable o no guardamos nuestras opiniones sobre ese lugar y las generalizamos a todo su territorio. Por ejemplo, visitas Mendoza y de dicha ciudad solo algunos lugares pero dices conozco a los argentinos; o visitas Madrid, Barcelona, Paris y Roma y dices que conoces Europa y a los europeos. Sí. Suele pasar.

Con certeza, la verdad sobre un país o una región es mayor que lo que un turista puede apreciar. Para conocer la realidad de un grupo de personas hay que vivir con ellas, compartir su situación vital desde dentro. El turista mira desde fuera… por encima… y rápido.

A menudo con las personas suele pasar lo mismo, las miramos y las conocemos desde fuera, desde su exterioridad, desde lo que vemos. Es un conocimiento válido; pero incompleto: No basta para decir que la conocemos.

Hasta puede ser una mirada equivocada: La sabiduría popular grafica muy bien este equivoco con aquel dicho “el ladrón piensa que todos son de su condición”.

¿Quienes somos por dentro? ¿Qué es lo que tenemos dentro? Dos preguntas similares pero muy distintas, cuanto tenemos puede ser observado con radiografías, resonancias magnéticas, endoscopías, colonoscopías, tomografías, densitometrías y otros métodos que con diferentes instrumentos nos acercan a cuanto tenemos debajo de la piel, dentro de la piel; pero eso no explica cabalmente quienes somos desde dentro (por dentro).

Frases como “los ojos son las ventanas del alma” o “de lo que abunda el corazón derrama la boca” no se refiere a los órganos que están dentro de uno, por debajo de la piel. Hacen referencia al ser de la persona… y si… hay una dimensión que da forma a cuanto la persona es, da forma a la exterioridad (al cuerpo), le da carácter único, es su interioridad.

No se trata de un componente (elemento que junto a otro forman al ser humano) sino de una dimensión fundamental que se constituye como principio del ser humano.

Si la corporeidad es principio de materialidad, de sujeción a las leyes físico-químicas, de inserción en las coordenadas de espacio y tiempo, expresión, manifestación del ser del hombre: exterioridad; la interioridad es principio de inmaterialidad, de independencia de lo físico-químico, del espacio y del tiempo.

Así, el ser humano, es el alma que se manifiesta corpóreamente. Dicho de otra manera es una realidad psicosomática [1].

Si somos seres trascendentes, únicos, es porque somos seres espirituales. Si podemos desarrollar autonomía o autodeterminación es porque somos seres inmateriales.

Pero claro, no somos seres espirituales de manera absoluta, de la misma manera que no somos seres corpóreos absolutamente. No se trata de fronteras o de espacios, todo cuanto hace el ser humano está teñido de materialidad y de espiritualidad. Por ejemplo, los ángeles son seres espirituales, totalmente inmateriales; una piedra es un ser absolutamente material, totalmente corpóreo.

No hay acción humana (piénsalo, búscalo) que sea totalmente material o totalmente espiritual.

Dos ejemplos:

  1. El cuerpo humano tiene un sistema de defensa altamente sofisticado y autónomo (no necesita que la persona piense en él para que funcione) que convive continuamente con bacterias, virus, hongos sin que afecten a la salud integral de la persona; sin embargo si esa persona pasa por momentos de tristeza [2] prolongados las defensas tienden a bajar y esos mismos microorganismos (con los que convivía) comienzan a generar enfermedades.
  2. Cuando pensamos (usamos ideas, conceptos que son inmateriales, es decir no tienen peso ni tiempo, no se ubican en un lugar) formamos imágenes mentales, es decir, damos forma a los conceptos, para poder pensarlos, para poder comprenderlos.

Además, solemos decir “yo pienso”, “yo camino”, “yo quiero”, “yo escucho” porque entendemos nuestras acciones como una única actividad humana.

El hombre no tiene una psique o un organismo… es psico-orgánico.

Las diversas manifestaciones psíquicas (ideas, tendencias, sentimientos, etc.) ¿son un conglomerado de fenómenos singulares e impersonales? o son ¿la expresión de un sujeto personal, permanente idéntico a sí mismo en la multiplicidad sucesiva de sus expresiones?[3] Es fácil constatar que nuestras vivencias (ideas, juicios, tendencias, sentimientos) trascienden las características espacio-temporales (propias de la materia) revelando su dimensión espiritual. También la existencia de la libertad, que saca al hombre del determinismo de las leyes físicas (a las que está sujeto todo lo material), nos habla de la dimensión espiritual del hombre.

El cuerpo, en este contexto,…

  • Es el alma que, para existir, se proyecta en el espacio-tiempo;
  • Es el alma que al informar la materia primera se corporaliza.

John Eccles, premio Nóbel de neurocirugía (el primero en estudiar el problema mente–cerebro [4] desde la neurología y la fisiología) argumenta, a partir de sus investigaciones, que los órganos sensoriales emiten miríadas de elementos puntuales que van al cerebro y allí se recomponen formando una unidad consciente. Por ejemplo, lo que sucede en la retina del ojo: “de un modo misterioso, la imagen retiniana reaparece en la percepción conciente, aunque en ninguna parte del cerebro se pueden encontrar neuronas que respondan específicamente, ni siquiera a una pequeña zona de la imagen retiniana de lo observado”[5] afirmando que ningún medio neurofisiológico tiene la capacidad de lograr esa unidad consciente y refleja; pasando, de la imagen punteada (recepción de datos) a la imagen integrada (percepción consciente) de un todo.

“Considero que se trata de un proceso activo muy complejo mediante el cual la mente autoconsciente trabaja sobre la inmensa cantidad de acciones nerviosas que se desarrollan en la corteza cerebral” (Eccles, 1980, 575.)

Cuando no consideramos esta realidad psico-somática del ser humano no nos entendemos ni entendemos al “otro”.

Querer comprender al otro desde lo que vemos no explica a la persona. ¡que injusto juzgar al otro!

Querer explicar el amor humano sólo desde los procesos químicos (hormonales) generados es desconocer e ignorar el amor ya que se lo reduce solo a lo observable, a lo medible, a la verificable. Lo que sucede también cuando reducimos el amor a sensaciones (lo físico) o a puro sentimiento.

Una educación sexual centrada en lo genital [6] reduce la sexualidad humana a un objeto (instrumento para un fin determinado) sin reconocer a la persona como ser sexuado.

El placer que solo busca saciar apetitos sensibles no sacia la conciencia de placer, de ahí que la continua búsqueda de placeres inmediatos (placebos) termina dejando a la persona más o igual de insatisfecha y ansiosa de mayores momentos u objetos placenteros.

Políticas de desarrollo humano que no consideran al espíritu humano son solo soluciones coyunturales que terminan desarrollando sólo modelos económicos o políticos que acaban ignorando a la persona humana.

Justificar el uso de cualquier medio para alcanzar determinados fines, cuando se refiere o involucra a personas, por lo mismo resulta ser inmoral.

Una de las mayores expresiones del alma, de esta dimensión espiritual (interioridad) del ser humano es la libertad. Pero sobre ella conversaremos la próxima vez.

Marco Antonio Bellott Pabón

© 22 de enero de 2008

[1] El término psicosomático se compone de dos términos griegos: psijé (alma) y soma (cuerpo)

[2] Es interesante que la tristeza, fundamentalmente emocional y afectiva, tenga, también, relación con la disminución, carencia o presencia de ciertos minerales en la dieta alimenticia; lo que habla, una vez más, de la íntima relación entre lo corpóreo y lo espiritual. Piénsese en los estimulantes o en los depresivos del sistema nervioso, por ejemplo.

[3] No decimos “se piensa, se quiere, se dan sentimientos en el mundo” como decir “llueve o graniza”. Decimos “yo pienso, yo quiero, yo cumplo 20 años, etc.”

El hombre no es una polvareda de fenómenos “en el aire”. Existe en el centro mismo de la persona un YO permanente que es fuente de las propias actividades y sujeto al cual se le atribuyen todo lo que realiza. (Cf. GASTALDI, 1983,33).

Él está siempre en el trasfondo de todas las vivencias.

[4] Mente, lo «inmaterial» y cerebro, la «materia». Estudió este problema tratando de diferenciar sus actividades, para demostrar su independencia o la no existencia de la mente. Llega a la conclusión que es imposible negar la existencia de este principio inmaterial, que algunos (como diría, aunque no textualmente) por “pudor científico” prefieren no llamar alma.

[5] K.R. POPPER, J.C. ECCLES (1980). The self and its Brain. Berlín; trad. Español: El yo y su cerebro. Barcelona, 1982.

[6] Es decir información sobre órganos, glándulas, hormonas, estimulación orgásmica.

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