martes, 17 de abril de 2012

No tienes nada que temer de mi.


El hombre resucitado.

Marco Antonio Bellott
Hace años conocí un profesor que tenía la costumbre de separar los grupos de estudiantes (adolescentes) que se habían formado en la sala de clase. Decía que, si no lo hacía, la indisciplina sería general. ¿Porqué lo hacía? la respuesta podría parecer obvia (evitar la indisciplina) y, quizá, no lo sea tanto.
Por otro lado, una esposa reclamaba a su esposo que sus hijos le tenían miedo, que no se hacía querer. Analizando las relaciones dentro de la familia se descubrió que la mamá, cada vez que quería poner orden en la casa decía algo parecido a esto: "Ya verán cuando llegue su papá".
Disciplina, orden... tranquilidad... acá parecieran realidades semejantes; quizá tiene mucho que ver con un afán de controlar lo que sucede “a mi alrededor”; una especie de afán por ser dueño/a  (dominar) de lo que sucede. Quizá, a propósito, surjan sentimientos de miedo ante lo que no podemos controlar. ¿Podemos controlar, dominar, ser dueños del otro?
Mirar al ser humano y acercarme a él, mi hermano, sin escudos protectores, debiera ser la actitud de quien, habiendo resucitado con Cristo, va al encuentro y dice “... alégrense (...) No teman" (Mc 28, 9-10). "No tienes nada que temer de mi".
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Por el bautismo hemos muerto y resucitado con Cristo; somos hijos en el Hijo, somos resucitados en El Resucitado. la Salvación se ha realizado, y, al mismo tiempo, nos toca hacerla realidad: "El Reino de Dios ha llegado" y, al mismo tiempo, nos toca hacerlo realidad. "No tengan miedo, soy Yo" es una realidad y, al mismo tiempo, nos toca hacer que sea realidad.
A nuestro alrededor hay muchos cristianos, desde pobres y solos, hasta cristianos que tienen en sus manos el poder de hacer un mundo mejor. Si, la resurrección de Cristo es fuente de alegría, una alegría que no es un acto de magia, sino una alegría que se construye y por la que nos hacemos cargo de la felicidad del otro. Entonces este “no tienes nada que temer de mi”, no se queda en el gesto ni en la palabra sino que da los pasos necesarios para construir o reconstruir confianzas: Es Jesús quien va al encuentro de sus discípulos, es Jesús quien dice a Tomas mete tu mano en mi costado y no dudes más (Jn 20, 27), es Jesús quien camina con sus discípulos y les explica las escrituras (Lc 24, 13-33)... Es Jesús quien cura las heridas que el miedo ha dejado en el corazón de los discípulos (Jn 21).
Sí, nosotros, tú y yo, somos "otros Cristos"; nos toca también dar esos pasos para reconstruir confianzas.

Alégrate María,
porque quien mereciste llevar en tu seno
ha resucitado
según lo había dicho. Aleluya.

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