sábado, 28 de abril de 2012

Espíritu Indomable

No sabes de donde viene ni a donde va...


Hace unos días, en un colegio de nuestra ciudad hicieron un simulacro de una situación de emergencia.

Sin previo aviso dieron la alarma.
La gran mayoría de los estudiantes no sabía que pasaba, alguno recordó que era el “aviso de alarma”. Cuando alguien lo dijo, salieron corriendo, mientras tanto, en el patio, uno se podía encontrar con alguno de los niños de más pequeña edad caído porque alguien lo había empujado durante la carrera hacia… (no sabían donde).
Al volver a la sala, el profesor trató de sacar provecho de lo ocurrido para que aprendieran qué no hacer en caso de emergencia, mientras llevaban a enfermería a los que se habían hecho alguna herida que no fuera mayor.
De seguro esta no es la mejor experiencia educativa ya que no fue preparada con los estudiantes, ya que la sorpresa es educativa cuando está preparada y, por lo mismo, cuando sirve para entrenar lo que conviene hacer, cuando previamente niños y niñas saben cómo salir de las aulas para ir a sitios seguros o cómo quedarse dentro y protegerse o … en fin… entrenar y luego reflexionar para evaluar si lo que hicieron estuvo bien hecho. Así, cuando llegue la emergencia, estarán entrenados para dar pasos seguros.

¿Qué pasó en la fiesta de Pentecostés?
De seguro fue un acontecimiento sin precedentes: no había manera de esperar lo que iba a suceder y menos, aun, parámetros de comparación. Aun cuando Jesús les había anunciado el envío del “consolador-defensor”.
Habían pasado casi dos meses de lo ocurrido en la Pascua y durante la “fiesta judía del Shavout” que conmemora la entrega de la Ley en el Sinaí, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús irrumpió con ruidos como de viento fuerte y a modo de lenguas de fuego, se posó sobre cada uno de quienes estaban encerrados, con un panorama incierto por delante (aun cuando estaban en oración y en compañía de María, la madre de Jesús).
Después de ser bautizados en el Espíritu, salieron a la calle y anunciaron con tal seguridad su fe que ese día muchos “creyeron y se bautizaron”. (cf. Hch 2, 37-41)

Pensar en esta fiesta, la del Espíritu de Dios, nos hace recordar en su absoluta libertad y en la gratuidad de su amor.
Nos permite recordar que Dios es, también Espíritu y, por lo tanto, no podemos encasillarlo, enmarcarlo, ni adecuarlo en ninguno de los criterios que nos podamos imaginar. De hecho, ni siquiera podemos imaginarlo (la imagen se compone de elementos sensibles y el espíritu no puede ser “captado” por los cinco sentidos) (menos mal que estos cinco no son los únicos sentidos).
También nos permite recordar que si somos amados por Dios no puede haber ninguna fuerza que lo obligue a hacerlo y menos a hacerlo de algún modo en particular: Nos ama como quiere y, por lo mismo, no hay conjuro, ni amuleto, ni rito mágico que lo obligue a… … a hacer lo que sea.
“Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Nosotros, (…) con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu.” (Co 3, 17-18)
Es tan libre que haciéndose viento y fuego, desde lo más íntimo de nuestro ser, quedamos regenerados con posibilidad de dar nuestra respuesta, en libertad. Nadie es “poseído” por el Espíritu Santo. Él viene a nosotros… podemos darnos cuenta de su presencia… (nos hace bien silenciar los cinco sentidos…) y en la espera continua, en el silencio profundo, seguro que sabremos encontrar lo que buscamos y seguro que iremos descubriendo y haciendo madurar los frutos de la presencia del Espíritu: “amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza” (Gal 5, 22).

En el sacramento de la confirmación hemos recibido el bautismo del Espíritu Santo quien “(…) viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido (…) el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.” (Rm 8, 26). Así pues, con Él, permitiéndonos tiempos de entrenamiento, estaremos preparados para descubrir su presencia, para mirar al intocable, para escuchar al inaudible, para mirar al invisible, saboreando su presencia.

Que el calor de su fuego inflame tu corazón y, mientras, tú también ruega, con el Espíritu para que así se haga en mí.

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