domingo, 12 de septiembre de 2010

Prisas y sin-sentidos

En estas dos últimas semanas ¿cuántas veces te detuviste a mirar si alrededor tuyo había alguien que necesitaba algún tipo de ayuda?

Evidentemente yo desconozco tu respuesta pero es muy probable que por la calle, de camino, ya sea al trabajo o a la casa o a un encuentro de amigos no hayas encontrado necesitados.

Caminamos a prisa, concentrados en cuanto “tenemos” que hacer que si no hay algo demasiado llamativo que atraiga nuestra atención seguimos en “lo nuestro” sin distraernos.

¿Recuerdas la parábola del Samaritano (Lc 10, 29-37)? El único que no tenía prisa por llegar a..... era el samaritano (no era del grupo de los “buenos”), él se detuvo ante un hombre que estaba en su camino, retorciéndose de dolor (seguramente) y tirado al costado del camino. Los demás estaban muy preocupados en lo que tenían que hacer.

Curiosamente, esta parábola habla de Dios y, por lo tanto también de nosotros, que somos imagen y semejanza suya (Gn 1, 26) es el Dios que se toma su tiempo para acercarse al hombre (varones y mujeres) ¿que pasa en nosotros que, por las prisas, perdemos tantas buenas oportunidades para ayudar?

Quizá yo sea el total necesitado que, abrumado por los golpes del camino, no tengo fuerza para levantar la mirada y descrubrir que a mi alrededor hay otros que pasan por necesidades similares.

Que nuestro corazón se vaya asemejando cada día más al suyo (al de Jesús) para que, descansando en Él, podamos ser descanso de quienes nos rodeen.

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.” (Mt 11,28)

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